La pintura del Cinquecento supone la cumbre del Renacimiento italiano. Se desarrolló, como su nombre indica, en la Italia del siglo XVI, pero no abarca toda la pintura de ese siglo, sino solamente la del primer tercio, ya que el clasicismo y el equilibrio propios de este Alto Renacimiento desaparecen a partir de la década de los veinte. Para el período 1520-1600 se prefiere usar el término de Pintura manierista. Representan la cumbre del renacimiento tres maestros de la escuela florentina que, sin embargo, destacarán por sus trabajos en otras ciudades, especialmente Roma: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio.
Entre 1500 y 1520 la pintura renacentista alcanzó su período de mayor equilibrio y armonía, de la mano de Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel. La capitalidad del arte se trasladó a Roma, bajo el mecenazgo de Julio II y de León X. Más tarde, Venecia se convirtió en el centro del arte italiano, pues en ella trabajaron pintores tan relevantes como Giorgione, Tiziano y Tintoretto. A partir de 1525 se empezaron a abandonar el equilibrio y lar armonía de tendencia clásica, dando paso al Manierismo.
Leonardo da vinci:
Leonardo da Vinci (1452-1519) fue el primer pintor destacado del Cinquecento. Prototipo de humanista renacentista, se interesó por las matemáticas, la astronomía, la hidrodinámica, la óptica y la anatomía humana, siendo además, tratadista de la pintura. Su trayectoria comenzó en Milán, trabajando para la familia Sófora ciudad en la que creó la Virgen de las Rocas. En ella aplicó el sfumato, técnica inventada por él que consistía en mezclar progresivamente las tonalidades sin una transición perceptible en la que no se definen los contornos. En 1499 realizó la Última Cena en el refectorio de Santa María delle Grazie de Milán, obra en la que combina el orden simétrico y la perspectiva espacial con un rico estudio psicológico de los distintos apóstoles, que muestran toda su expresividad a través de los rostros y del movimiento de las manos. Entre 1503 y 1505, durante su estancia en Florencia, Leonardo pintó el retrato más conocido de la historia del arte: La Gioconda, retrato de ambigua identificación que, según Vasari, se corresponde con la esposa del comerciante florentino Francesco del Giocondo, Mona Lisa.
Rafael:
Rafael Sanzio (1483-1520), nació en Urbino y se formó en Perugia de la mano del maestro Perugino. Su obra ha sido interpretada generalmente como la cumbre del clasicismo renacentista. Fue un autor que supo asimilar la herencia de los maestros del Quattrocento como Masaccio y Botticelli, a la vez que incorporó las innovaciones aportadas por otros genios coetáneos a él, sobre todo Leonardo y Miguel Ángel. Su estilo se basa en el naturalismo idealizado, basado en la búsqueda del concepto de belleza mediante el equilibrio, la proporción y la armonía. Rafael concibió composiciones de gran solemnidad y ritmo majestuoso, basadas en el equilibrio y en la simetría. Buena parte de sus obras, sobre todo sus Madonnas, transmiten un sentimentalismo delicado inspirado en la dulzura de la pintura de Botticelli. Rafael dotó a sus figuras de volumen, presentando un tratamiento escultórico de las mismas. En su pintura existió un predominio de la línea sobre el color y trabajó la perspectiva lineal además de la aérea, asimilada del arte de Leonardo. De igual modo, incorporó el uso del sfumato del lenguaje del genial artista de Vinci. Algunas de sus obras más emblemáticas fueron Los desposorios de la Virgen (1504), La Madonna del jilguero (1507) y la decoración al fresco de la Stanza della Signatura del Vaticano, entre 1508 y 1512. Mediante composiciones de exquisita monumentalidad clásica, creó la Escuela de Atenas, El Parnaso y la Disputa del Sacramento, que representan al mundo de la filosofía, la poesía y la religión. En la Escuela de Atenas se representa la escuela de filosofía griega en un marco arquitectónica de reminiscencias bramentescas.
Miguel ángel:
Miguel Ángel Buonarotti también realizó importantes obras como pintor ubicadas principalmente en Roma. Su pintura busca la consecución de una belleza ideal clasicista pero enriquecida mediante valores como la monumentalidad colosal de las figuras, el empleo de fondos neutros sobre los que resaltan unos personajes rebosantes de tensión, expresividad y dramatismo que se retuercen en composiciones abigarradas y que recurren generalmente el escorzo. Su obra más importante es la decoración pictórica de la Capilla Sixtina en Roma, un encargo hecho por Julio II y que se convirtió en su realización más sublime, tras un intenso y frenético trabajo. La capilla es un conjunto colosal en el que se narra la totalidad de la Historia de la Salvación: en la bóveda pasajes del Génesis y del Antiguo Testamento, en los muros escenas de la vida de Cristo (realizadas por maestros del Quattrocento) y en frontal del presbiterio el Juicio Final. En la bóveda el artista dispuso las distintas composiciones enmarcadas por arquitecturas fingidas. En la parte central representó las escenas del Génesis rodeadas de desnudos jóvenes (ignudi), sibilas, profetas y otros personajes bíblicos, todo ello con una clara exaltación de la belleza del cuerpo humano. Miguel Ángel pintó entre 1537 y 1541 el muro del presbiterio con el Juicio Final, concebido como un torbellino de cuerpos entrelazados que se mueven dinámicamente alrededor de la figura autoriatira de Cristo Juez, en un espacio misterioso y oscuro.
Conclusión:
Al Cinquecento se le considera el período culminante del Arte del Renacimiento y uno de los períodos más idealizados y valorados de la Historia del Arte (es decir, se convierte en un nuevo período “clásico” digno de ser imitado). Esto se debe, en gran parte a tres figuras excepcionales: Leonardo, Miguel Angel y Rafael, que llevan las principales artes a sus más altas cotas de perfección y creatividad.
En el Cinquecento la admiración por la Antiguedad Clásica es total (uno de los hitos de esta admiración es el descubrimiento de una copia del Laocoonte en Roma en 1506). De hecho, la imitación del Arte Clásico es mayor y más fiel en este período que en el Quattrocento. Así se puede apreciar en la arquitectura de Bramante y de seguidores suyos como Palladio que llevan a cabo una arquitectura de solemne pureza que simboliza la admiración que estos artistas sentían por las ruinas de la arquitectura romana.
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